Entre dos tierras

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Dos meses después, estas largas vacaciones no acaban. El ritmo frenético se mantiene, lo imprevisible, lo desconocido, lo festivo, lo excepcional, lo posible. El Erasmus es un paréntesis en tu entorno pero sobre todo en ti mismo, en tus límites autoimpuestos. Sin embargo, se acerca el regreso a casa en época navideña. Dentro de 20 días, viajaré de vacaciones al lugar del que partí de vacaciones… Y comenzará el caos emocional: cuando esté en Madrid, echaré de menos Niza, y cuando vuelva a Niza, echaré de menos Madrid.

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En verdad, tiene toda la lógica del mundo. Ambos lugares son para mí una parte imprescindible de mi vida: mi pasado y mi futuro, respectivamente. Madrid es la ciudad donde he crecido, la herencia de mis 22 años, los pilares de mi vida tal y como la conozco. Niza es la ciudad donde creceré durante los próximos meses, el lugar donde empezarán mis próximos 22 años y donde se erigirán nuevos pilares en la incesante remodelación de los cimientos que es la vida…

Y habrá quien, viviendo la misma situación que yo, se tome este parón como un descanso en sus acotadas vidas, y todo lo aquí aprendido, supondrá una revelación de cuanto extrañan España y de cuanto desean quedarse en su tierra, pero para mí no es eso. Puedo decir que me he sentido desmamantada y arrojada a mi propia madurez; he sentido cómo mis lazos se desfibrilaban hasta dejar ver a través de ellos quién sigue y quién no sigue ahí; he visto como cuatro paredes se replegaban sobre mi cama y posteriormente todo un edificio de asolados pasillos; he discutido sola, he llorado sola y he reído sola por no tener con quien hacerlo; he dudado de todo lo certero, como las lágrimas aliñadas con rutina, y he creído en todo lo fútil, como las sonrisas aliñadas con alcohol.

Pero nunca contaría todo esto acompañado de un suspiro de alivio, sino de una sonrisa. Nunca será un mal recuerdo que difuminar de vuelta a Madrid. Ni siquiera será un recuerdo porque no tendrá un final marcado en el calendario. Me temo que seguiré siendo Erasmus allá donde vaya, sobre todo cuando vuelvan esos momentos de contradicción, desesperación y desasosiego que preceden a los cambios importantes. Porque, como dicen, son los momentos difíciles los que de verdad importan. Porque la vida no acontece en la comodidad de un abrazo, sino en el impulso que te obliga a acercarte o a separarte de él. Este viaje apátrida me está enseñando eso y mucho más.

Un comentario »

  1. Cuanta razón. El erasmus es algo inolvidable y todo lo vivido se queda grabado en la mente y en el corazón. La vida allí es recordada con cariño en esos días en que añoras la libertad de vivir sola, de no tener que dar explicaciones de a donde vas o con quien, de bajar a comprar y encontrarte con tanta gente a la que aprecias o quieres, de no tener preocupaciones más allá de la uni, con quien quedar esta tarde, que ponerte por la noche o cuando ir a la lavandería… de solo pensar en vivir y disfrutar a cada momento.
    Ya te dije “Erasmus una vez, Erasmus siempre”. El Erasmus (para mi) no es solo una etapa de tu vida o una forma de vivirla, es también un sentimiento de pertenencia a otro lugar que perdura por mucho tiempo que pase.

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